lunes, septiembre 17, 2007

EL MAR MUERTO EN LA UVI

JUAN MIGUEL MUÑOZ 16/09/2007

Los jordanos adinerados acudían hace sólo cuatro décadas al hotel Lido, en la orilla norte del mar Muerto, a disfrutar de los baños y a flotar sin esfuerzo. Aún están en pie las ruinas del hotel, restos del pequeño embarcadero y la piscina. Pero el agua salada queda ya muy lejos, a 1,3 kilómetros. "Esta explanada era el delta del Jordán y estuvo inundada hasta 1968", señala con el dedo el geólogo israelí Amos Bein. El mar Muerto agoniza. Su nivel desciende un metro cada año. Los países ribereños de la cuenca del río, ávidos de agua dulce, son voraces, y las muy rentables explotaciones de potasio ayudan al continuo descenso del nivel del mar.


En los años sesenta desembocaban 1.700 millones de metros cúbicos. Hoy sólo son 500 millones

La sobreexplotación de los ríos de la cuenca del Jordán es la causa de todos los males de este mar


La sobreexplotación de los ríos de la cuenca del Jordán que nutren este mar sin vida es la causa de todos los males. "En los años sesenta del siglo pasado, 1.700 millones de metros cúbicos desembocaban en el mar Muerto. Hoy sólo son 500 millones. La superficie alcanzaba entonces los 1.000 kilómetros cuadrados, y ahora son 650", explica el geólogo israelí Amir Eidelman, que observa el deterioro progresivo del mar desde hace 40 años. "Israel", continúa, "consume el 45% de las aguas del Jordán; Jordania, el 34%; Siria, el 20%, y Líbano, el 1%. Es legítimo. Pero los Gobiernos han preferido el agua dulce a la conservación del medio ambiente". El asfixiante calor durante gran parte del año y la "tremenda" evaporación hacen el resto. La carretera 90 bordea el mar y conduce a la lugar más profundo de la superficie terrestre: 420 metros bajo el nivel del mar. En 1940 eran sólo 392. Algunos balnearios y kibutz jalonan el paraje desértico, agrietado por lo que fueron torrentes que alimentaban la laguna cada vez más salada. A pocos kilómetros del extremo norte, la Palestinian Exploration Fund marcó en una gran piedra, hoy al borde del camino, el nivel del agua a comienzos del siglo XX. La distancia hasta la orilla es ahora de cientos de metros, y el desnivel entre la roca y el mar, de 28.

Se deja atrás la reserva natural de Einot Zukim y, conforme se avanza hacia el sur, se observa cierto trasiego de camiones. Más de 10.000 personas trabajan alrededor del mar en la extracción de sal, y sobre todo potasio, empleado para elaborar fertilizantes. Es un negocio próspero y un obstáculo que habrá que salvar para regenerar el mar. "Cuanto más salino es el mar, más fácil le resulta a las fábricas obtener el potasio. El empeoramiento es favorable para sus intereses", comenta Bein.

Tiene sorpresas ocultas la carretera 90. Unas estructuras metálicas sostienen el asfalto en un tramo de la vía, que no se asienta en tierra firme. El terreno comenzó a hundirse en la década de los ochenta. Súbitamente, enormes y pequeñas hondonadas comenzaron a aparecer en la orilla del mar. Hoy son más de 1.500, que tienden a unirse y expandirse, y que amenazan la estabilidad de carreteras, hoteles e infraestructuras. "Como el mar retrocede, el agua dulce que llega de las montañas se filtra en la orilla y se mezcla con el agua salada que hay bajo la superficie. Es el agua salada lo que da consistencia al suelo, de ahí que la intrusión de agua dulce diluye la sal y se producen los hundimientos", precisa Eidelman. En pocos sitios se puede pisar la orilla. Sólo en Ein Gedi y algunos balnearios pueden los bañistas embadurnarse con los barros negros, saludables para las afecciones cutáneas.

¿Qué hacer? La apuesta de los países ribereños contiene riesgos. Israel y Jordania diseñan desde hace tiempo, con la ayuda del Banco Mundial, un canal para trasvasar agua desde el mar Rojo hasta el mar Muerto y para desalinizar 800 millones de metros cúbicos anuales; 180 kilómetros de tuberías -serían 120 si las aguas se trajeran desde la costa de Israel, pero Jordania no desea que su vecino tenga el poder para cerrar el grifo- transcurrirán por territorio jordano. "No es realista pensar que se va a restablecer el caudal de agua fresca a la cuenca del Jordán. El proyecto costaría entre 4.000 y 6.000 millones de euros. Hay que recaudar fondos y comenzar las obras. Se necesitarán 20 años, y para entonces el nivel del mar habrá bajado otros 20 metros", sostiene Eidelman. Por si algo faltara, como es norma en Oriente Próximo, afloran recelos políticos. Egipto y Arabia Saudí, ribereños del mar Rojo, plantean objeciones, aunque todos confían en que podrán ser salvadas, dado que la obra es "vital para Jordania", según los geólogos hebreos. Mucho más que para Israel, que cuenta con la mayor desalinizadora del mundo en Ashkelón, y con el Mediterráneo.

El plan tampoco está exento de riesgos. "El canal", sostiene el geólogo, "transcurrirá por el valle de Arava. Es una zona sísmica peligrosa para las conducciones. Si fueran dañadas podrían producirse grandes filtraciones que contaminarían los acuíferos de agua dulce. Además, cambiaría la composición del agua del mar Muerto y habría riesgo de que aparezcan nuevos microbios". Mientras, la marcha atrás de las aguas prosigue. Aunque todo tiene un límite. "Cuando la superficie descienda hasta los 450 kilómetros cuadrados, la evaporación casi desaparecerá. Cuando la salinidad es enorme, y en el mar Muerto hay 350 gramos de sal por litro, diez veces más que en el Mediterráneo, la evaporación es muy lenta. Con el caudal de agua que desemboque en el mar será suficiente para mantener ese nivel". El mar muerto, aseguran Bein y Eidelman, nunca morirá.

No hay comentarios: